"La penitencia no se hace en la iglesia. Se hace en las calles. Se hace en casa. El resto es cuento y tú lo sabes”, nos dice la voz en off de un hombre que no puede dormir. Lo vemos levantarse agitado, mirarse en un espejo, volver a la cama a intentar conciliar un sueño huidizo, agobiado por el dolor, por la pena, por el peso de sus culpas. ¿Es Billy Costigan, el policía encubierto que logró infiltrarse en la pandilla de Frank Costello, el jefe mafioso de Los infiltrados (The Departed, 2006)? Podría serlo. Las enormes contradicciones de este hombre –interpretado por Leonardo DiCaprio, con una solvencia que sólo Martin Scorsese podría obtener de él– lo mantienen en una perpetua vigilia, sólo aliviada por los tranquilizantes a los que se ha vuelto adicto. No hay paz en esa alma adolorida, no hay sosiego, sólo un malestar interior que lo está matando.

El regreso de Martin Scorsese
Tras la esquiva redención
Los infiltrados, la última película de Martin Scorsese que se encuentra en cartelera, ha traído de vuelta al cine negro a un director a quien el mundo de Hollywood aún no le hace justicia. A pesar de su grandeza, muchos espectadores se preguntan si el genio de Taxi Driver y Toro salvaje conseguirá un Oscar con su nueva película.
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