Cada sábado, a eso de las cuatro de la tarde, una centena de hombres vestidos con trajes viejos o sudaderas motosas atraviesan el umbral sin marcar del club de ajedrez Lasker, en el centro de Bogotá. Dejan atrás los maniquíes que adornan la entrada del edificio, cruzan la tienda de ropa y suben la escalera en caracol hacia el tercer piso, donde se sientan ansiosos frente a los tableros de casillas blancas y verdes. Miguel Santamaría, el organizador del torneo semanal, de baja estatura y gruesos lentes, inicia la función. Durante las siguientes cuatro horas, mientras los jugadores se baten sin descanso, cada tanto corta a gritos la cacofonía de piezas aporreadas, relojes reiniciados e improperios de bajo aliento. Brama: “¡Pérez, a la mesa 13!”, “¡Valle, veinte puntos y medio!”, al tiempo que los jugadores y espectadores, envueltos en el calor de las ventanas cerradas, se desplazan en un atropellado pero constante reacomodamiento de posiciones, partidas y dedos.

LA DEFENSA DEL DRAGÓN, DE NATALIA SANTA
'La defensa del dragón': arriesgarse a perder
Un profesor de ajedrez, un relojero y un homeópata protagonizan la ópera prima de esta literata bogotana, que a partir de las fotografías de su esposo tomadas en el centro de la capital hace un homenaje a una zona y a un estilo de vida que se resisten a desaparecer. La película, que llega a salas nacionales el 27 de julio, se estrenó en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes.
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